14 mayo 2006

OTRA HISTORIA DE CASAS


Ocurre, a veces, que sumergido en tu desgracia crees que lo que te pasa es la peor de las pandemias, la infamia más atronadora, el dolor más agudo. Y crees sin dudarlo que tienes la exclusividad de todas las putadas.
Es después cuando con el paso del tiempo y ya cauterizadas las heridas. Empiezas tímidamente a volver a ser persona. Te renuevas por dentro (sin los yogures del Coronado) y por fuera, a veces, y conoces mas experiencias muy similares y alguna incluso peor que la tuya. Que ya es decir.
Era julio del ultimo año del milenio pasado, y malvivíamos en un piso a medio amueblar, quinto sin ascensor, en el centro de la ciudad. Nada glamoroso la verdad.
Así que, como la cosa no pintaba muy bien entre nosotros, decidí echarme la manta a la cabeza, hipotecar nuestras vidas y nuestras nominas y comprar aquel apartamento en la playa de 130 m2 con chimenea y una terraza donde se dominaban tres horizontes diferentes.
Pensaba inútilmente que era la solución definitiva sin darme cuenta que era el famoso “principio del final”.
Si es cierto que allí tuve momentos de felicidad. Fastuosas cenas de verano, preciosas tormentas invernales sobre el mar y una agradable calma que te da la simple visión del mar con un café en las mañanas claras.
Pero claro, lo bueno no suele durar. Y lo que fue mi palacio de marfil, majestuoso y regio se convirtió en poco menos que una cueva oscura en poco tiempo.
Hasta incluso a veces pienso que ni el sol que descaradamente entraba por todas las ventanas hubo un tiempo en el que pasaba de largo.
Y efectivamente, solo tuve que hacer frente a esos recuerdos, a cada objeto decorativo antaño comprado al amparo del amor, a cada fotografía enmarcada y a cada aspirante a comprador impertinente que entra en tu casa, escudriñándolo todo severamente con la impunidad que le da ser el que te puede dar un montón de billetes con solo decir la escueta frase de “me gusta. Me lo quedo”. Y por tanto solucionar tu “problemilla”.
Es curioso ver que una casa puede ser objeto de ilusiones o desilusiones según el estado de ánimo de sus habitantes. Pero vaya, una casa no deja de ser un montón de ladrillos y cemento exactamente colocados para dar refugio a las personas. O no?
La casa se la vendí a una parejita que tenían el mismo brillo en la cara que tuve yo tres años y medio antes en la misma situación. Ahora han pasado otros tres años y medio desde que fuimos al notario.(este episodio merece otro momento propio) y a veces he ido allí a la playa. Y he visto mi palacio marmóreo allí arriba, catorce plantas sobre el suelo, majestuoso, brillante, arrogante. Al principio sentía un poco de pena luego soltaba una carcajada sutil y lo olvidaba. Ahora ya ni miro al pasar por delante.
Pero siempre me aborda una duda. Espero que la parejita no haya conservado las horribles cortinas que ella compro y que me obligo a soportar tantísimo tiempo.
De verdad que eran feas casi tanto como su alma.
DKN

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Te dedico unas palabras, extraidas de mi espacio que no se si llegaste a leer.. espero sea de tu agrado...

"Como si todo fuera nuevo, abro ante mí un desierto y vuelvo a las viejas tareas pendientes anestesiando las heridas, vaciando mis bolsillos de memoria intento creer en mí como entonces solía, cuando aún no era yo y el recuerdo nada más que un juego sin pericia. Sé que sería incapaz de hacerlo pensando en las anteriores ocasiones, en las oportunidades perdidas, los momentos de euforia, los espejismos de felicidad, los fracasos reiterados, por eso tendré que hacer como si fuera la primera vez, quizás también la última, como si el pasado no fuera más que una historia que nos contaron, y volveré a intentarlo como al principio, fingiendo la ilusión furtiva de los comienzos, con una esperanza postiza, aunque me arriesgue a seguir cometiendo los mismos errores una y otra vez."

GLAUKA dijo...

Es dificil sí, cerrar algunas puertas de l todo, como si nuncha hubieran sido abiertas, porque, cuando las abrimos, entraron aires que han dejado algo en nosotros y eso no hay forma de devolverlo al otro lado de la puerta.
Pero podemos intentarlo.

GLAUKA dijo...

Está bien esto de los blogs, te das cuenta de lo bien que se extienden los males ...
En mi casa hubo seis meses en los que desaparecieron los 3 hombres de mi vida: mi padre (no hay relación), mi abuelo (murió) mi pareja (murió también, aunque sin dejar cadáver).
Hubo casi dos años que son los PEORES de TODA MI VIDA que han transcurrido allí.
LA ODIO.
Y me duele odiarla ... para terminar de contradecirme a mí misma, que tiene narices.